Julio 2020: No era imposible; el modelo y las AFP sí se tocan

Julio 2020: No era imposible; el modelo y las AFP sí se tocan

Si hace solo un par de meses alguien hubiera dicho que sería posible retirar alguna parte de los ahorros previsionales custodiados celosamente por las AFP, nadie lo hubiera tomado en serio. En sus 40 años de funcionamiento se ha repetido casi como un mantra que se podrá disponer de dichos fondos únicamente cuando el afiliado se pensione, pese a que se insiste hasta la saciedad que los ahorros son de propiedad de cada cotizante. La máxima que el modelo de capitalización individual (forzado) se debe mantener intacto, ha sido un imperativo, no obstante sus paupérrimos resultados.

Sin embargo, estamos viviendo tiempos de cambios. Si en noviembre pasado el gobierno y la derecha estuvieron dispuestos a entregar la Constitución de 1980 (aunque ahora se arrepientan) como única manera de salvar al gobierno que parecía a un paso de caer producto de las masivas movilizaciones desatadas el 18 de octubre, hoy los herederos del modelo neoliberal impuesto a la fuerza, poco y nada pudieron hacer para detener la incontenible energía social y política que hubo tras el retiro del 10%, que llegó incluso hasta diputados y senadores de su propio sector, los que merced a su buen olfato político y/o convicción, fueron parte de este tsunami. Poco pudo hacer la campaña del terror durante la discusión parlamentaria. Pese a palabras como las de la alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei, quien dijo que “si se aprueba el retiro del 10% de la AFP, Chile se va a incendiar” o el afligido llamado de “Háganlo por Chile”, de un resucitado Pablo Longueira a los parlamentarios de la UDI para que rechazaran el proyecto, al final, sólo fueron palabras que cayeron en el vacío y que más se parecieron a añejas consignas del plebiscito del 1988, cuando la disyuntiva para la derecha era “Pinochet o el caos”.

La fuerza que hubo detrás de esta reforma constitucional fue más social que política. Dado que las iniciativas del gobierno para paliar los efectos socioeconómicos de la pandemia han sido tardías e insuficientes, la única opción real y verdaderamente universal fue el retiro del 10% de los ahorros previsionales, proyecto emanado de un grupo de diputados opositores que fue tomando un respaldo transversal, que la élite y el gobierno vieron en su aprobación una trizadura al modelo de capitalización individual creado en 1980 por José Piñera, entonces ministro del Trabajo de la dictadura y hermano del actual presidente. Y como en la élite criolla suele haber un terror visceral a cualquier cambio que no sea propiciado por ellos, sumado a que vivimos tiempos de profundos cambios en Chile y el extranjero, el pánico se apodero de este sector que ve en esta reforma el primer paso tendiente a cambiar de cuajo el modelo de jubilaciones. Y razones hay; tras esta discusión, el lema del Movimiento NO+AFP retomó la fuerza de sus inicios y, al calor de la discusión parlamentaria y en los hogares, volvió a hacerle sentido a mucha gente, dado los magros resultados en las pensiones actuales.

No extraña el desfile de economistas defensores del modelo neoliberal que salieron a criticar esta reforma. Desde la centroizquierda a la derecha. Como los ex ministros de Hacienda de Bachelet, Nicolás Eyzaguirre y Rodrigo Valdés, que fijan más su mirada en hacer cuadrar las cifras macroeconómicas que en las necesidades de la gente.

Por eso no extraña el desfile de economistas defensores del modelo neoliberal que salieron a criticar esta reforma. Desde la centroizquierda a la derecha. Como los ex ministros de Hacienda de Bachelet, Nicolás Eyzaguirre y Rodrigo Valdés, que fijan más su mirada en hacer cuadrar las cifras macroeconómicas que en las necesidades de la gente, que hoy no tiene para cubrir sus gastos más básicos y que ve en el retiro del 10% la única solución real. O la columna del también exministro de Hacienda del primer gobierno de Bachelet, Andrés Velasco, quien tildó de “Pataleta” el retiro del 10%. Sin considerar que estamos frente a una urgencia que hoy se refleja en ollas vacías, más allá de cifras y gráficos que a la gente no le hacen mayor sentido. Y pese a que en el futuro las pensiones serán un poco más bajas tras la aprobación del retiro, la necesidad de hoy es más fuerte. “Si ya son de miseria, que sean un poco menores, no hará gran diferencia después”, es lo que más se oye. Las más de 3 millones de solicitudes de retiro de fondos durante el primer día son una clara señal que esta medida le hizo sentido a la gente como la única ayuda consistente que han recibido.

Como pocas veces en los últimos años, el país quedó enfrentado ante una encrucijada no tan marcada por el eje izquierda-derecha, sino que más bien entre una élite, que aglutina a sectores acomodados que van desde la centroizquierda a la derecha, y, por otro lado, la gran masa de chilenos de sectores medios y populares, que han vivido en carne propia la falta de ingresos estos últimos meses y que vieron en el retiro de sus fondos previsionales la única forma de paliar en algo la crisis social y económica. Son los que viven del sueldo del mes y aquellos en situación más precaria que hacen sus ingresos día a día, saliendo a la calle, muchas veces con ocupaciones informales, lejos de toda estadística oficial. Obviamente, con nula capacidad de ahorro. Y ahora, con el agravante de arriesgar la vida por la pandemia. Más que un asunto partidario, como diría la teoría marxista, hay un marcado asunto de clase en esta discusión.

Para salvar el buque, Piñera se atrincheró con la derecha más dura

Consumada la aprobación del retiro del 10%, la derrota para el gobierno fue total. Apabullante y dolorosa. Todo el lobby personal del propio Piñera, las millonarias inserciones de los grandes grupos económicos en El Mercurio y el uso de todo el aparataje comunicacional del gobierno y los grandes medios no fueron capaces de revertir los votos de su propio sector.

Sumarle a una ya alicaída administración un golpe como este es muy duro. Seguramente, bajo un régimen parlamentario, un gobierno con tan baja popularidad y así de dañado ya habría dimitido. Pero como vivimos en un régimen de exacerbado presidencialismo, Piñera tiene margen de acción, pese a que, como tal, dejó de gobernar el 18 de octubre, si se entiende por ello llevar adelante su programa de gobierno. Incluso, durante julio no pocas voces hablaron que Piñera podría no llegar al fin de su mandato. Como sea, desde octubre , el gobierno lo único que ha intentado hacer -con discreto éxito- es contener la avalancha de demandas de cambios estructurales. Y su limitado campo de acción se circunscribe a cambios de gabinete, sean estos maquillajes o como el último, en el que descabezó a todo el equipo político de ministros de La Moneda.

Con partidos de derecha desgarrados en divisiones nunca vistas tras la derrota del 10%, la gobernabilidad se hacía insostenible. La otrora monolítica UDI, totalmente dividida entre una élite defensora del modelo y un grupo de parlamentarios con alguna sintonía con las necesidades de sus representados, además de buena dosis de olfato político; Renovación Nacional, fiel a sus historia, con dos almas: una nostálgica de Pinochet y el modelo neoliberal, que parece ser mayoritaria y la otra con Mario Desbordes a la cabeza, que, a tientas y sin mucho oficio ha intentado dar pasos de apertura económica, social y política, que ha sido una constante molestia para el gobierno con críticas constantes y llamados a salir de la burbuja desde la que se administra el país. Y la gran sorpresa para muchos: Evópoli, el llamado a ser el partido joven y renovado de la derecha, que supuestamente traía ideas frescas y renovadoras, vino a ser el único que de manera monolítica se cuadró con el modelo económico, las AFP y el rechazo al retiro del 10% de los fondos previsionales. Hizo el trabajo que se suponía haría la UDI, pero sin el peso de esta.

El cambio de gabinete de Piñera tuvo la virtud de apagar algunos de estos incendios, como la incómoda figura de Mario Desbordes, quien como diputado y presidente de RN fue un constante dolor de cabeza para La Moneda. Su nombramiento como ministro de Defensa lo relegó un espacio de total intrascendencia política.

Con varios incendios en su entorno, el cambio de gabinete de Piñera tuvo la virtud de apagar algunos de estos, como la incómoda figura de Mario Desbordes. Su nombramiento como ministro de Defensa lo relegó un espacio de total intrascendencia política. ¿Pudo o no quiso negarse a aceptar el cargo? Quién sabe. La tentación para un subteniente ® de Carabineros de mandar a la tropa y ser un superior jerárquico -al menos en el papel- de generales y almirantes puede que haya pesado en su decisión.

Como sea, el giro del gobierno en su último cambio de ministros tuvo el objetivo de ordenar las filas internas y alinear a los partidos de cara lo que viene: el plebiscito de octubre, el trabajo de la pandemia y un potencial Estallido Social 2.0. Para ello, Piñera sacó gente de donde pudo: dos diputados y dos senadores que, con la excepción de Desbordes, son todos partidarios del Rechazo. Entre ellos, un nuevo ministro del Interior, declarado pinochetista, ligado a Paul Schaeffer y que sus primeras palabras como ministro declaró: “Voy a tener una especial preocupación por la Araucanía”, lo que da cuenta de una mano dura en cuanto a represión y uso de la fuerza para contener movimientos sociales. Un “Halcón” en jerga estadounidense.

Como se ve, estamos frente a un gobierno que aspira a ir salvando la situación y sus equilibrios internos sin mayor épica ni relato político que lo sostenga. Fiel a su historia de operador bursátil, Piñera va jugando y viendo como va ganando o perdiendo en cada pasada. Con mucha táctica y mirando las encuestas. Pero totalmente carente de estrategia.

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