Octubre 2019: De la mano de los estudiantes, ¡Chile Despertó!

Octubre 2019: De la mano de los estudiantes, ¡Chile Despertó!

Cuando todo parecía que la rutina diaria de los chilenos seguía sin mayores alteraciones, vino el alza del precio de los pasajes del Metro de Santiago, la casi instantánea rebelión de los escolares, hasta llegar al 18 de octubre y sus días posteriores en que la indignación ya no fue por la medida establecida por el “Panel de Expertos”. De un día para otro, era “todo” lo que estaba en cuestión; desde las cosas cotidianas como los ya famosos 30 pesos del pasaje de Metro, hasta asuntos estructurales que solo pueden ser cambiados en el marco de una nueva constitución, y que la actual impide, como la composición y atribuciones del Tribunal Constitucional, que se ha convertido en una virtual última instancia del poder judicial.

El caótico viernes 18 de octubre vivido en Santiago hizo que pasaran muchas cosas inimaginables. Junto con la violencia, mucha de ella aún de origen desconocido, con sus medidas y decisiones, las autoridades generaron las condiciones para una total indignación por parte de la población. Junto con la desproporcionada represión policial en los andenes de las estaciones de Metro, pese a evidentes hechos de violencia, ese viernes se optó por suprimir el servicio de Metro con gente aún en los vagones transitando de vuelta a sus hogares, la que fue sacada a la superficie, generando una improvisada marcha de miles y miles de indignadas personas que no tuvieron más remedio que caminar hasta sus destinos.

Para este caldo de cultivo de enojo y resentimiento, mucho ayudaron las declaraciones de algunos ministros, que fueron tomadas como verdaderas burlas e insultos, en particular por la gente más modesta. “Se ha abierto un espacio para que quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja, decía el 7 de octubre el entonces ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, en relación a la nueva tarifa de Metro. O la de su colega de Hacienda, Felipe Larraín, quien al día siguiente se despachó “hay que destacar a los románticos que han caído las flores, el precio de las flores, así que los que quieran regalar flores en este mes, las flores han caído un 3,7%”, para referirse a la variación del IPC.

Aunque anteriores, también estaban en la memoria palabras de otras autoridades que cayeron como una real bofetada. Como Luis Castillo, exsubsecretario de Redes Asistenciales, quien el 11 de julio pasado, en una entrevista en radio Santa María de Coyhaique, en medio de una visita a la región, dijo: “Los pacientes siempre quieren ir temprano a un consultorio. Algunos de ellos, una fracción de ellos, porque no solamente van a ver al médico, sino que es un elemento social, de reunión social”. O también la del ministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg, quien en diciembre de 2018, durante una audiencia en el Senado, dijo, en relación a una conversación sobre los chilenos y su situación en cuanto a la adquisición de viviendas, que: “Es un debate transversal, sobre todo en un país donde la gran mayoría son o somos propietarios, no tenemos mucho más, porque es nuestro patrimonio. La casita, dos departamentos”.

Mientras Santiago era un caos, con hechos de violencia extendidos por casi toda la ciudad, incluidas quemas de estaciones de Metro aún no aclaradas, el Presidente Piñera fue visto en una exclusiva pizzería del sector oriente, celebrando el cumpleaños de un nieto.

Ese viernes, además, se dio otra situación que exacerbó los ánimos: mientras Santiago era un caos, con hechos de violencia extendidos por casi toda la ciudad, incluidas quemas de estaciones de Metro aún no aclaradas, el Presidente Piñera fue visto en una exclusiva pizzería del sector oriente, celebrando el cumpleaños de un nieto. De inmediato, se “incendiaron” las redes sociales con la imagen de un presidente totalmente ajeno a la emergencia del momento. Pese a que al rato volvió a La Moneda a monitorerar la situación, la imagen de la pizzería no lo abandonaría nunca más.

La “solución” del gobierno fue decretar Estado de Emergencia en las provincias de Santiago y Chacabuco, y en las comunas de Puente Alto y San Bernardo, en la Región Metropolitana. Lo que siempre incluye entregar el control territorial de la ciudad a las fuerzas militares. Otra bofetada para mucha gente. Así, entre frases ofensivas de autoridades y la conculcación de derechos fundamentales plasmada, la respuesta no se hizo esperar y esa misma noche comenzaron a sonar las cacerolas por toda la capital. Y no cesarían de hacerlo por muchas semanas. Al día siguiente, que las manifestaciones de repudio se expandieron por todos lados. Y, paulatinamente, pero sin freno, a la indignación por el alza del pasaje del Metro, ver las calles ocupadas por militares y ser sometidos a un toque de queda en Democracia, se fueron sumando el resto de las demandas sociales anidadas por años: las indignas pensiones, el estado calamitoso de la salud pública, de la educación pública, los bajos salarios, los abusos de impunes empresas que se coluden para hacerse más ricos a costa de una empobrecida población, y un largó etcétera, que tienen como denominador común una desigualdad abismal, entre unos pocos que tienen mucho y muchos que tienen cada vez menos. Realidad que descansa en un modelo económico, social y político que, por primera vez desde que fuera instalado a la fuerza, fue cuestionado.

Apuntando al modelo

El ¡Chile Despertó! que se comenzó a oír por todo el país apuntaba a la raíz del modelo neoliberal, sindicado como el responsable de generar un modelo de sociedad profundamente desigual, que promueve la competencia por sobre la cooperación, lo individual sobre lo colectivo, la noción que las cosas públicas “no son de nadie”, en lugar de «son de todos nosotros». Y donde el rol del Estado, único ente que tiene como misión velar por el bienestar de sus ciudadanos, ha sido jibarizado al máximo, en pos de entregar sus acciones y servicios a manos privadas, que ven las necesidades de la población como oportunidades de negocio.

Tras más de 40 años de instalada esta noción de sociedad, por primera vez, hubo una comunión y voz para cuestionarla. Los afiches y carteles que comenzaron a llenar las calles de todas las ciudades de Chile, así lo confirman. Ello, sumado a la masividad, dejó sin reacción a la élite política y económica.

Tras más de 40 años de instalada esta noción de sociedad, por primera vez, hubo una comunión y voz para cuestionarla. Los afiches y carteles que comenzaron a llenar las calles de todas las ciudades de Chile, así lo confirman. Ello, sumado a la masividad, dejó sin reacción a la élite política y económica que, encabezada por Piñera no daba pie con bola y formulaba anuncios y medidas que al momento de ser presentadas, eran tardíos y mínimos. Como que iban entregando de a poco, migajas, a ver si con eso detenían el descontento. Porque el trasfondo y profundidad de las demandas no las veían o no querían ver. Mientras Piñera entregaba -con todo su dolor- a Chadwick, la calle hablaba ya de otra cosa: de nueva constitución y Asamblea Constituyente. Cuando Piñera daba a conocer que con un máximo esfuerzo presentaba su «agenda social», las demandas ya no se saciaban con ello y pedían medidas grandes y de alto impacto, como fin a las AFP o condonación total de las deudas del CAE. Desde el gobierno las respuestas siempre fueron tardías y a cuentagotas.

Violencia desatada

En paralelo, la violencia se hizo presente en muchas formas y lugares. Por un lado, algunos (los menos) que su forma de manifestar su descontento es con violencia callejera, que resulta perjudicial para quienes promueven cambios y reformas y que, a la vez, le da pábulo a la élite cuestionada a poner en el mismo saco a pacíficos y violentos, tratando de hacer ver que cualquiera que exija cambios promueve también la violencia. Por otro lado, también se hicieron presente numerosos saqueos ante la ausencia de control de las calles, pese a haber estado de Emergencia decretado. Toda una paradoja. Detrás de los cuales, claro, hubo lúmpen y delincuencia y también en algunos casos, funcionarios policiales y militares que los condujeron.

Pero, lo más grave, es que funcionarios policiales, que tienen como misión proteger a la ciudadanía, desde el principio de esta convulsión social (y de mucho antes también), se posicionaron como garantes del sector social interpelado y, hasta ahora, han servido como instrumento represivo de quienes salen a las calles a manifestar su descontento social.

Pero, lo más grave, es que funcionarios policiales, que tienen como misión proteger a la ciudadanía, desde el principio de esta convulsión social (y de mucho antes también), se posicionaron como garantes del sector social interpelado y, hasta ahora, han servido como instrumento represivo de quienes salen a las calles a manifestar su descontento social. Desatando un regueros de heridos y también muertos como nunca desde la dictadura y que tiene como imagen icónica los cientos de compatriotas mutilados en sus ojos, como denunció a los pocos días la Sociedad Chilena de Oftalmología. Y si a eso le sumamos un presidente que dice que «Estamos en guerra», la provocación a la gente no podía ser más clara.

En este escenario, la respuesta casi automática de la ciudadanía fue sacar del baúl de los recuerdos la canción de Víctor Jara “El derecho de vivir en paz”, que en pocos días se transformó en un himno repetido en todas las formas a lo largo del país y también en el extranjeros, así como otros temas emblemáticos de los años ’70 y ’80.

Así, casi sin darnos cuenta, en pocos días, fuimos testigo de un octubre que pasó de las evasiones masivas en el Metro, a un modelo de sociedad cuestionado desde su raíz, un Estado de Emergencia con militares en las calles, violencia desatadas y una élite política, económica y social interpelada y sin respuestas.

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