29 de marzo: cuando nos arrebataron la inocencia

29 de marzo: cuando nos arrebataron la inocencia

* S. A. alumno del Colegio Latinoamericano de Integración en 1985.

Era un viernes 29 de marzo de 1985, pocos días después de mi cumpleaños número 13.

Recuerdo como si fuera hoy, minutos antes de las 08.00, la hora de entrada a clases, en el auto manejado por mi padre, acompañado de mi madre (ambos rumbo a sus respectivos trabajos), que nos llevaban a mis hermanas y a mi al colegio, cuando cruzamos la esquina de Los Leones con Eliodoro Yáñez en dirección sur, hacia calle El Vergel, donde estaba el Latino. Cuando vimos un desmedido e inusitado número de carabineros controlando el tránsito. Raro, pero en esos años ya estábamos acostumbrados a muchas cosas extrañas. Pese a ello, hasta ahí, la mañana transcurría como cualquier otra dentro de la rutina del traslado diario al colegio.

Luego, la entrada al colegio, con el cotidiano “Que les vaya bien” de mi mamá y al bajar, comenzar a encontrarnos con los compañeros de curso y profesores que también comenzaban su diaria jornada. Como siempre, la entrada al colegio, se trasformaba en un punto de encuentro entre apoderados y profesores, los que al paso, se daban unos minutos para conversar. De cosas cotidianas y también  sobre el álgido momento que más de uno de ellos y sus familias estaban viviendo en esos negros días. Entre ellos, Manuel Guerrero, que, como todas las mañanas se ubicaba en la entrada y nos daba la bienvenida con un tradicional “Buenos días”, mientras conversaba con otro apoderado, a quien yo solo ubicaba de vista.

Minutos después recuerdo al “Tío” Manuel (les decíamos “Tíos” y “Tías” a los profesores) en los pasillos que daban a las salas de clases preguntando si alguien tenía algunas hojas. Parece que las necesitaba para redactar algo. Al rato supimos que el día anterior habían secuestrado a algunos  profesores de la Asociación Gremial de Educadores de Chile (AGECH), de la que Manuel formaba parte y necesitaban emitir un comunicado para denunciar este nuevo atropello a los Derechos Humanos por parte de la dictadura. Afortunadamente, al día o a las horas, no recuerdo bien, todos ellos fueron liberados ilesos.

Ya en clases, en mi puesto pegado a la ventana que daba al norponiente en un segundo piso, recuerdo una imagen que nunca olvidaré: el vuelo rasante de un helicóptero de carabineros por sobre el colegio, que lo atravesó de oriente a poniente a escasos metros de altura. Algo solo visto en las películas. Con el tiempo, he oído de algunos que dicen que eso no pudo haber sido así, que somos unos exagerados. Nadie me lo puede desmentir. Yo lo vi.

Y minutos más tarde, poco antes de las 09.00, se nos congeló el corazón a todos; estudiantes y profesores, al oír un feroz estruendo proveniente de la entrada del colegio desde calle Los Leones. Hasta entonces, nunca había oído el sonido del disparo de un arma de fuego. Fue un sonido muy fuerte y seco que en ese momento lo asimilé al de la caída de una enorme plancha de zinc de una construcción o algo así. Pero esa idea sólo me pasó por la cabeza una fracción de segundos porque al instante, todos en el curso supimos que se trataba de un balazo, cuando instintivamente, nos agachamos para ponernos a resguardo, aunque algunos tuvimos la osadía o irresponsabilidad de salir a mirar por la ventana, la que gracias a estar en el segundo piso nos daba algo de perspectiva, pese a los árboles y muros que nos impedían un panorama más claro. Desde ahí apenas divisamos una escena indescifrable de forcejeos, gritos y la sonora huida de, no recuerdo, si uno o dos autos con rumbo desconocido.

Después, fue todo un caos: profesores corriendo de aquí para allá. Las informaciones que nos llegaban eran confusas. Habían herido de bala a “Tío” Leo, tal como supimos después, al momento del secuestro, cuando venía llegando al colegio proveniente de la sede ubicada una cuadra al sur, en Los Leones con Las Violetas, donde estaban los alumnos de los cursos inferiores, e intentó ir en ayuda de sus amigos que estaban siendo llevados a la fuerza por los criminales. Momento en que le llegó un disparo que lo tuvo muy grave durante muchos días, acaso semanas. Mientras tanto, al interior del colegio, todo era angustia y llantos mientras se confirmaba el horror: se habían llevado a Manuel y a José Manuel Parada, apoderado del colegio, mientras el “Tío” Leo estaba muy grave tras haber sido herido a bala. Se lo había llevado o se lo llevarían pronto a una cercana clínica. Reinaba la confusión y se temía, incluso que las bestias pudieran ingresar al colegio a quizás qué otra salvajada.

A los minutos nos hicieron ir al patio de atrás para no estar tan expuestos y contarnos lo sucedido. En tiempos en que la comunicación inmediata descansaba sólo en el único teléfono que había en el colegio, no sé si alcanzo a imaginar cómo deben haber sido los intentos de contactar a los apoderados para que fueran a buscarnos. Ni tampoco el tenor de lo que pudieron ser esas conversaciones. De horror, seguro. Lamentablemente, llevábamos años conviviendo con él y se había hecho costumbre. Recuerdo a mi madre que al rato, no sé si mucho o poco después, apareció para recogernos y llevarnos a casa. No me acuerdo si hablamos mucho en el camino o si, por el contrario, no apareció palabra alguna. Lo que sucedió el resto de este viernes lo tengo borrado de mi memoria.

Lo que sí sé es que ese viernes fue de una angustiante vigilia y espera de noticias. Algunos esperaban, con esperanzas, que los soltaran y aparecieran vivos. Mientras otros, quizá con la amarga experiencia de conocer los horrores de una dictadura, temían ya lo peor. Sin embargo, lo peor no fue sólo que aparecieran muertos, sino el modo salvaje e inhumano en que Manuel, José Manuel y Santiago Nattino (secuestrado durante la jornada anterior) aparecieron muertos en Quilicura al día siguiente, a metros del camino que lleva al aeropuerto.

Mientras tanto, ya se asomaba el sábado y la espera seguía. En nuestra casa -supongo que igual que en muchas otras- nuestro medio de comunicación confiable era Radio Cooperativa. Sin embargo, mi constatación visual que ellos habían sido asesinados fue ver en el noticiario de la noche el reporte de unos cuerpos encontrados y ver en la pantalla a una persona, que no sé si era e Investigaciones, Carabineros o la CNI, con una chaqueta color café claro en la mano. Era, sin dudas, la de Manuel Guerrero que usaba a diario en el colegio. Ahí, sin que nadie dijera nombre alguno, supe que eran ellos los que habían sido encontrado muertos. Y entonces, recién a mis 13 años, me cayó el horror de horrores del que tanto había oído hablar.

Desde entonces, nada fue igual para toda una generación de niños, adolescentes y comunidad educativa. De clases ni hablar. Creo que pasó cerca de un mes antes de volver a estas. Así, de un día para otro el horror nos hizo perder la candidez e inocencia.

Han pasado 36 años y recuerdo ese viernes de horror como si fuera ayer.

* Alumno de 8° Básico del colegio Latinoamericano de Integración el 29 de marzo de 1985.

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1 Comentario

  • Entiendo perfectamente la desolada descripcion del pais que nos tocó vivir…ese año yo estaba en la U. En diciembre del año anterior una compañera de curso de la U habia sido explotada en una bicicleta en la que se supone llevaba una bomba…lo «extraño» era que el dia anterior la sacaron de su casa…..
    Ese verano para nuestra generación fue de horror…al regresar a clases en marzo…..recuerdo el segundo golpe brutal: 3 degollados tirados en Vespucio…eran Guerrero. Parada y Natinno.
    En esas circunstancias crecimos. Horror tras horror.
    Y despues de la pseudo democracia….no es tan distinto hoy. Siguen ocurriendo atrocidades: mutilados oculares. Catrillanca. Francisco el malabarista…allanamientos en ollas comunes…un boliviano dejado fuera de la morgue…hasta cuando

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